En Nueva York ya lo han prohibido
“Mi perro es más cool que el vuestro porque lleva un tatuaje”. Esta frase le costó al tatuador Mistah Metro, de Brooklyn, una legión de enemigos.
La publicó hace 10 meses en Instagram junto a una fotografía de su perro anestesiado. A los pocos minutos tuvo que justificarse diciendo que acababan de operar a su mascota y que el veterinario le permitió tatuarlo mientras estaba bajo los efectos de los sedantes: Mistah dibujó el típico corazón atravesado por una flecha con su nombre y el de su mujer, “Alex & Mel”.
Los activistas por los derechos de los animales se indignaron: “El tatuaje de un animal para el regocijo egoísta y el entretenimiento de su dueño no tiene ninguna consideración por su bienestar”, dijo un portavoz de Sociedad Americana por la Prevención de la Crueldad contra los Animales (ASPCA).
En seguida cundió el pánico: ¿Y si llenar de tatuajes a las mascotas se convierte en moda? ¿Y los inocentes animales se convierten en víctimas de las tendencias? ¿Es que además de ser utilizados como complementos, tienen que ir a juego con sus dueños?
No era la primera vez que ocurría algo así. En 2011 una mujer de Pensilvania intentó ganar dinero vendiendo gatitos góticos, o lo que es lo mismo, cachorros con piercings y dilataciones. Aquel caso fue el que propició que la semana pasada se aprobara una ley que especifica que es ilegal tatuar y hacer piercings a los animales en cualquier rincón del estado de Nueva York.
"Es abuso animal, puro y simple", dijo el gobernador Andrew Cuomo. La norma aprobada supone un significativo avance, es verdad. Sin embargo, deberíamos alarmarnos. Los humanos somos peligrosos, capaces de todo por aparentar que nos diferenciarnos de los demás. Incluso hacer sufrir a seres que, supuestamente, amamos.
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