Y quizá preferirías no saber, más ligados a la supervivencia que al romance.
El poeta John Keats acusaba al científico Isaac Newton de destruir toda la poesía que encerraba un arcoíris al explicarlo con ciencia y es posible que haya quien piense que sucede lo mismo con el amor. El biólogo británico Richard Dawkins, sin embargo, afirma que en realidad la ciencia descubre la poesía oculta en los patrones de la naturaleza. Aprovechando que el San Valentín, recordamos tres cosas que la ciencia te cuenta sobre el amor y quizá preferirías no saber.
1. El origen de la monogamia está en el miedo y la violencia
El amor romántico siempre ha tenido portavoces poderosos que le han ayudado a mantener su prestigio, pese a las evidencias. En El banquete, compuesto hace 24 siglos, Platón citaba a Aristófanes narrando la historia de la que, probablemente, surge el mito de la media naranja. Según el cómico griego, en un tiempo remoto los humanos eran seres esféricos, con cuatro brazos, cuatro piernas y dos rostros. Aquellos individuos se dividían en tres tipos: el varón doble, la mujer doble y los seres andróginos que incluían las características de un hombre y una mujer.
Tras uno de aquellos rifirrafes clásicos entre humanos y dioses, tan útiles para enseñar a la gente que no conviene enfrentarse a los superiores, Zeus castigó a los pobres mortales partiéndolos en dos. Desde entonces, contaba Aristófanes, cada mitad buscaba a la otra para fundirse en un abrazo y retornar a aquella plenitud originaria. La idea ha sobrevivido al paso de los milenios y sigue muy presente en la cultura popular. “Te amo… Tú me completas”, le decía un arrobado Tom Cruise a Renée Zellweger al final de la película Jerry Maguire.
La ciencia también trata de explicar por qué acabamos deseando vivir con una sola pareja hasta que la muerte nos separe, pero la historia que está reconstruyendo es mucho menos “romántica”. Dos estudios aparecidos el verano pasado en Science y PNAS, dos de las revistas científicas más prominentes, ofrecían dos posibilidades para justificar la aparición de algo tan raro entre los mamíferos como la monogamia.
El primer trabajo, elaborado por investigadores de la Universidad de Cambridge y publicado en Science, lo atribuía a una estrategia de marcaje individual. En grupos en los que los animales están muy dispersos (aunque nunca tan dispersos como en una ciudad de millones de habitantes como Madrid o México), la única forma de asegurarse una hembra con la que tener hijos y de ahuyentar a otros machos que pongan en duda la legitimidad de esa descendencia es no separarse nunca de la pareja. Ese “no puedo estar sin ti”, que tan romántico suena en decenas de canciones, adquiere a la vista de los resultados de la gente de Cambridge un tono mucho más pragmático tras el que subyace la desconfianza atávica en la fidelidad femenina.
El segundo estudio, publicado en PNAS, ofrecía una explicación aún más terrible. Los machos dejaron los rollos de una tarde para quedarse siempre junto a la misma hembra por miedo a que asesinasen a sus crías. Este temor tiene su base en que, mientras duran la gestación y la lactancia, las hembras no entran en celo y no son receptivas a otros machos. Una solución radical para los machos que quieran hacer accesibles a esas hembras es matar a sus pequeños. El equipo de investigadores, liderado por Christopher Opie, del Departamento de Antropología del Colegio Universitario de Londres, considera que la colaboración en el cuidado de los hijos que se observa entre los humanos (y el resto de parafernalia en torno a las relaciones de pareja) fue un efecto secundario de esta estrategia surgida del miedo.
2. La poción del amor puede estar cerca, pero tendrá efectos secundarios
Algunos estudios han mostrado que la oxitocina, una hormona que se libera en momentos como el parto o las relaciones sexuales, puede tener efectos muy benéficos sobre nuestro carácter. Aceptar mejor a los otros, ser padres más comprometidos o hacernos más extrovertidos estarían entre las virtudes de este elixir del buen rollo.
En 2009, el investigador Larry Young, de la Universidad de Emory, en Atlanta, planteaba incluso la posibilidad de que el conocimiento de los efectos de la oxitocina permitiese el diseño de una píldora del amor. En una declaración que pondría de acuerdo a poetas y letristas de bachata para contratar a un sicario que acabase con su existencia, Young afirmaba que “es posible que pronto los biólogos sean capaces de reducir a una cadena de sucesos bioquímicos ciertos estados mentales relacionados con el amor”.
Sin embargo, estudios recientes indican que esta hormona, que también está relacionada con la monogamia, puede tener efectos secundarios si se emplea en gente sana. En un estudio que publicaron en enero de este año en la revista Emotion, investigadores de la Universidad Concordia de Canadá mostraban cómo cuando se daba oxitocina a gente sin problemas psicológicos o de relaciones sociales, estas personas se volvían excesivamente sensibles a las emociones ajenas.
La hormona del amor se convertiría así en la hormona de la paranoia. Gestos insignificantes de la pareja o del jefe se convertirían así en un signo de que ya no nos quieren o de que es necesario que empecemos a actualizar el curriculum.
En otro estudio hecho público unos meses antes en la revista Nature Neuroscience, científicos de la Universidad del Noroeste (EEUU) sugerían que la oxitocina, un poco como el amor, tiene dos caras. Aunque muchos ensayos la relacionan con una reducción del estrés y un incremento del bienestar, también puede estar detrás de que algunas experiencias traumáticas, como ser acosado en la escuela o abandonado por una pareja, sigan estando muy presentes pese al paso del tiempo. Es posible que Freddy Mercury tuviese razón cuando cantaba que demasiado amor te matará.
3. Cuando das un beso te estás sometiendo a un examen
Es probable que los letristas de bachata que pondrían bote para silenciar a Larry Young tampoco escatimasen en la aniquilación de los investigadores de la Universidad de Oxford Rafael Wlodarski y Robin Dunbar. En un artículo que publicaron en octubre de 2013 en la revista Archives of Sexual Behavior, convirtieron el acto romántico y misterioso del beso en algo más parecido a unas oposiciones a técnico de la administración civil.
En su planteamiento, ya perverso de partida, trataban de explicar por qué pudo aparecer un comportamiento aparentemente absurdo y potencialmente peligroso. Para empezar, hicieron una clasificación de los individuos que pueden ser más selectivos a la hora de elegir pareja. Entre hombres y mujeres, la respuesta parecía clara.
Ellos las parasitan a ellas haciéndolas cargar durante nueve meses con su material genético en un trato desigual que se prolonga durante la lactancia. Para compensar, ellas se habrían vuelto más selectivas con los machos de los que se rodeaban, tratando de favorecer a aquellos que más inclinación mostrasen a ayudar en la laboriosa crianza de un bebé humano.
En segunda posición de exquisitez a la hora de seleccionar a la pareja se colocaron a los hombres y mujeres que se consideran más atractivos a sí mismos y a quienes suelen tener más sexo sin compromiso, dos grupos que, según algunos estudios, suelen ser más selectivos.
La encuesta comprobó que, en general, las mujeres valoran más los besos que los hombres y que las personas atractivas de ambos sexos también los tienen en mayor estima que quienes no se ven tan apetecibles o casi nunca tienen sexo sin compromiso. Esta conjunción entre los individuos más selectivos escogiendo sus parejas y el gusto por los besos hizo concluir a Wlodarski y Dunbar que existe una relación entre el beso y el proceso de selección de pareja.
En otro trabajo que tampoco les hará ganarse el afecto de los compositores de bachatas, estos dos mismos individuos comprobaron que la menstruación cambia el sabor de los besos en la boca. Por un lado, durante la etapa del ciclo menstrual en la que las mujeres tienen más posibilidades de quedarse embarazadas valoran más los besos que en la etapa en que las probabilidades de embarazo son menores.
Estudios anteriores habían observado que las mujeres en esa misma etapa buscan hombres más masculinos, socialmente dominantes y con rostros simétricos, todas señales de que el macho tiene genes de calidad. Esa elección, no obstante, tiene una contrapartida importante, porque todos esos rasgos se relacionan también con la infidelidad y una menor preocupación por los hijos.
Quienes teman que, como decía Keats sobre el arcoíris, la ciencia acabe con la poesía del amor, pueden encontrar cierto consuelo en saber que la investigación también nos ha enseñado algunos resortes que ponen coto al raciocinio en temas amorosos.
Cuando unimos nuestros labios a los de la persona deseada, se desprende serotonina, en un proceso que tiene similitudes con el observado en personas con trastorno obsesivo compulsivo, o dopamina, una sustancia adictiva que puede estar detrás del insomnio o la falta de apetito que sufren algunos enamorados.
El amor, lo expliquemos como un científico de Oxford o como un letrista de bachata, no parece en peligro de extinción.
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