Desde el siglo XVI, en Inglaterra, existía una curiosa práctica de editar libros, que a día de hoy nos parecería chocante.
La bibliopegia antropodérmica, que así es como lo llamaron sus creadores, nació por la necesidad de usar materia prima que fuera barata. Es por ello que empezaron a utilizarse la piel humana de personas fallecidas, la cual se reciclaba, entre otros usos, para encuadernar libros.
Muchos de estos libros del siglo XVI se perdieron, y no es hasta el siglo XIX, cuando se recupera esta extraña moda artesanal y grotesca. Es aquí cuando comienzan a usarse las pieles de cadáveres humanos, extraída de los condenados a muerte. Esa piel, en algunos casos, se usaba para forrar aquellos libros que contaban los crímenes de estos delincuentes. En otras ocasiones se usaba como última voluntad del algún escritor: que su piel acabara en el forro de un libro. La gran mayoría de estas insólitas encuadernaciones procedían de colecciones privadas de médicos, excéntricos bibliófilos, nobles y aristócratas.
En el siglo XX, en la Alemania nazi, se sabe que muchas pieles de los judíos, acabaron en las tapas de los libros o en pantallas de lámparas. El libro mágico de ficción, el Necronomicon, creado por H. P Lovecraft, estaría forrado en piel humana.
El Necronimicon no es una ficción creada por HP
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