A través de un comunicado especial que ha interrumpido la programación de la televisión, el Comité para la Paz de Asia-Pacífico ha advertido de que «la Península Coreana está a un paso de una guerra termo-nuclear» y ha informado «a todas las instituciones y empresas extranjeras, incluyendo los turistas, que tomen medidas para refugiarse o ser evacuados de antemano por su seguridad». Según la agencia estatal KCNA, dicho Comité «no quiere ver a los extranjeros de Corea del Sur ser víctimas de una guerra» que, en su opinión, será «despiadada, sagrada y vengativa».
A pesar del aviso, los diez millones de habitantes de Seúl siguen su ritmo de vida normal en medio de sus habituales atascos, sus abarrotados mercados callejeros y sus restaurantes con luces de neón bajo futuristas rascacielos de cristal. Ni siquiera han tomado nota de la advertencia los colegios internacionales, cuyos alumnos han continuado con sus clases.
Aunque los surcoreanos están ya acostumbrados a las bravuconadas del Norte, el Ejército ha desplegado sus defensas al sospechar que el régimen de Kim Jong-un disparará a partir de mañana un par de misiles de medio alcance a modo de ensayo balístico. Lo mismo ha hecho el Ejército japonés en Tokio, donde ha desplegado baterías de misiles Patriot para interceptar los proyectiles norcoreanos en caso de que haya un fallo y se desvíen de su ruta.
Demostración de fuerza
Con capacidad para alcanzar hasta 4.000 kilómetros, lo que en teoría pone a tiro Corea del Sur, Japón y la base estadounidense en la isla de Guam, el régimen estalinista de Pyongyang ha montado dos misiles Musudan de medio alcance en su costa oriental, según las imágenes tomadas por satélites espía. Lo más probable es que los lance a partir de mañana, pero no para atacar Seúl, sino para celebrar el aniversario del nacimiento de Kim Il-sung, padre de la patria y abuelo del actual dictador, Kim Jong-un, que pretende así lucir músculo militar en una nueva demostración de fuerza.
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