Hay actitudes que rompen con desarrollo habitual de las disciplinas físicas. El evento más reciente ocurrió la semana pasada, cuando Russell Packer, jugador de los Warriors neozelandeses, optó por orinarse encima en pleno partido de rugby ante la mirada de unos cuántos fanáticos y varias cámaras. Con pose displicente y despreocupada, ubicó sus brazos en forma de jarra y ‘respondió al llamado’ de la naturaleza.
El hecho, replicado y reprochado en diversos medios, derivó en una áspera multa de 15 mil dólares que tendrán que afrontar tanto el jugador como el club en el que se desempeña y en una posible demanda contra Packer por orinar en un espacio público.
Como si esto fuera poco, la NRL, que alberga al equipo del infractor, se mostró decididamente en contra de este comportamiento. “Esta conducta nos resulta completamente inaceptable y no existen excusas para esto”, declaró Nathan McGuirk, manager general de la liga, al Daily Telegraph.
Para calmar las aguas, el Pilar de Warriors recurrió a twitter: “Pido disculpas a quien se haya sentido ofendido por el accidente ocurrido anoche (2 de junio). Fue un acto desafortunado y espero que esto los alivie y les permita seguir adelante. Gracias, Russ”.
Lo cierto es que Russell Packer no está solo: no se trata del primer deportista en infringir la línea de lo permitido. Su desafortunado acto abrió el historial para repasar algunos hitos pertenecientes al mundo del anti-deporte.
El MGM Gran Garden, en Las Vegas, dispuso toda su estructura para un encuentro que prometía: era 28 de junio de 1997 y los fanáticos se acercaron hasta el lugar para ver la pelea por el título WBA de la categoría peso pesado.
Al ring se subieron Evander Holyfield y Mike Tyson. El primero llegaba como claro favorito dispuesto a derrumbar de nuevo a su oponente. Del otro lado, el segundo se mostraba dispuesto a hacer todo lo posible por intimidar un rival infranqueable.
Mills Lane, el referí encargado del encuentro, dio comienzo a la pelea y los guantazos no se hicieron esperar. La pelea se desarrolló con normalidad, y la correspondiente vehemencia, hasta el tramo final del tercer round. A cuarenta segundos de final del parcial, Tyson abrazó a su oponente, mordió su oreja derecha y escupió el bocado de cartílago que había desagarrado. Holyfield saltaba; el dolor parecía insoportable.
Lane dudaba entre suspender o no el encuentro, pero el médico de la víctima dio el visto bueno para continuar y optó por reanudar la pelea. Mala idea: Tyson, que parecía insatisfecho, optó por morder la oreja izquierda de su rival. El referí no vaciló más; optó por descalificar al agresor y terminar esta historia.
Las consecuencias inmediatas de este comportamiento fueron la revocación temporal de la licencia de boxeador de Mike Tyson y una multa que ascendió a los tres millones de dólares.
En febrero de 2013, a casi 15 años de aquel infortunio, Holyfield y Tyson se fundieron en un memorable abrazo en el marco de un evento que organizó el campeón mordido para promocionar su salsa barbacoa.
La final del mundial de fútbol Alemania 2006 fue testigo de otro momento peculiar, cuando Francia e Italia se disputaron el máximo galardón otorgado por la FIFA el 9 de julio en el Olympiastadion de Berlín.
El encuentro se puso 1-1 en menos de veinte minutos y la situación se estabilizó, con pocas apariciones por ambos equipos como para romper la monotonía. La noticia no llegó al final con la consagración de un equipo, sino que se adelantó uno minutos: en el segundo tiempo extra, cuando el minutero ya sumaba 110, Zinedine Zidane tuvo un cruce de palabras imperceptible con el Marco Materazzi que finalizó en un cabezazo histórico.
Al parecer, el defensor azzurro había ofendido con un dicho por lo bajo al histórico delantero francés, que no tuvo mejor idea que asestarle un buen golpe con la frente directo al pecho del integrante del futuro plantel campeón. Sorpresa para todos: los miles de fanáticos presentes en el estadio y los millones que lo veían por televisión saltaron al mismo tiempo.
El árbitro Horacio Elizondo, que no vio el golpe, realizó las averiguaciones correspondientes y decidió sacarle tarjeta roja a Zinedine Zidane. Así, Francia perdió a uno de sus artilleros principales de cara al final del partido y a la serie de penales de la cual Italia salió victoriosa y campeona.
Leinster y Harlequins salieron a la cancha el 12 de abril de 2009 para jugar por los cuartos de final de la Heineken Cup edición 2009 y para albergar una mancha en la historia del rugby profesional. Los protagonistas, en este caso, fueron algunos integrantes del plantel y del cuerpo técnico de los Quins.
El partido estaba para cualquiera: a diez minutos del final, el resultado parcial era un ajustado 5-6 que favorecía a los irlandeses. Los arlequines sufrieron la salida por lesión del apertura Nick Evans, su pateador estelar, a comienzos del segundo tiempo y apostaron por Chris Malone para que anotara alguna patada y pusiera a su equipo al frente. La lesión de este último jugador echó a perder las esperanzas del equipo inglés, que recurrió a una vía espuria para jugar sus últimas fichas.
Al minuto 75, Tom Williams, wing de los Harlequins, salió por una herida sangrante en la boca. No había cambios disponibles, así que el coach Dean Richards optó porque Evans, que tenía la rodilla resentida, volviera a la cancha para sumar los tantos necesarios para ganar el partido. El reingresado pateó un drop al minuto del final que se fue por poco; Leinster pasó por un punto a la semifinal de la Copa europea.
El escándalo vino después, cuando se constató que la sangre que emanaba Tom Williams por la boca provenía de unas cápsulas que se había puesto disimuladamente una vez en cancha. Dean Richards había gestado y aprobado esta maniobra que los medios replicaron como el Bloodgate. Peor aún: a partir de este hecho, la ERC y la RFU constaron a través de sus investigaciones que este procedimiento se había realizado en otras cuatro ocasiones.
Los hallazgos resultaron en una suspensión de cuatro meses para Williams, en otra de tres años para Richards y una de dos años para el fisioterapeuta Steph Brennan. También hubo una multa para el club de 260 mil libras.
El tenista argentino fue preso de una reacción desmedida durante la final del torneo de Queen’s el pasado 17 de junio. Nalbandian estaba con un set a favor y disputaba de forma ecuánime segundo parcial contra Marin Cilic. Tenía oportunidades, estaba jugando buen tennis: el público lo veía y aprobaba de forma entusiasta el desarrollo del partido. Pero la sorpresa siempre llega de las formas más inesperadas.
El cordobés, finalista de Wimbledon en 2002, no pudo contener su enojo al perder su saque y tampoco tuvo peor idea que la de patear el box en el que estaba ubicado Andrew MacDougall, uno de los jueces de línea.
A pesar de los cantos del público, que solicitaron la reanudación del partido, el director del torneo optó por terminar la historia allí mismo y Marin Cilic alzó el trofeo del campeón sin haber ganado ningún set. Sobre Nalbandian recayó el apremio por este mal momento y una multa de 10 mil dólares. Además, le retiraron las más de 30 mil libras que le hubieran correspondido en caso de hacerse con un segundo puesto.
Fuente: Discovery
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