Todo el mundo advierte que hay dos temas que deberían estar prohibidos en las reuniones sociales o incluso dentro de una misma casa: la religión y la política. Lograr que alguien deje de creer en algo en lo que basa gran parte de su ideología, sus maneras de vivir e incluso su propia personalidad, es complicado.
Mucho más difícil que, por ejemplo, modificar nimiedades como el tipo de comida que preferimos o posturas frente a gustos y aficiones. Pero la dificultad yace en el cerebro y un nuevo estudio cerebral expone las razones esenciales.
El reporte científico, publicado en la revista Scientific Reports, tomó como fundamento que es muy frecuente que las personas “descarten” la evidencia que contradice sus creencias bien arraigadas. A pesar de eso, casi nadie se había preguntado qué mecanismos cerebrales rigen estos comportamientos.
El líder de la investigación reveló para Vox que el “ser psicológico es una extensión cerebral de las funciones básicas del cuerpo”, que consisten en defendernos de peligros y amenazas. Así, cuando nuestro “yo” (formado por todas esas creencias arraigadas) se siente atacado, activará los mismos mecanismos de defensa cerebrales que se activan cuando protegen a nuestro cuerpo.
Para lograrlo, los científicos emplearon imágenes neuronales para investigar qué sistemas neuronales se activan para mantener activa la parte que rechaza evidencias que vayan en contra de las propias ideologías. Así, sometieron a 40 liberales a argumentos que “contradijeran fuertemente” sus visiones tanto políticas como apolíticas.
La conclusión principal es que cuando se les cuestionaba sobre sus creencias “fuertes”, se presentó una mayor activación en las zonas cerebrales que corresponden, a la vez, a la identidad propia y a las emociones negativas.
Otro de los puntos clave del experimento fue hacer una comparación entre las respuestas y reacciones de los participantes. Al final, lograron establecer que sí hay una diferencia en la forma en la que los cerebros de los participantes “procesaron” los desafíos hacia sus creencias políticas y los cuestionamientos menos emocionales.
En esencia, las creencias forman parte de nuestro “yo” a nivel físico y por lo tanto, tienen las mismas exigencias y formas de responder frente a la adversidad que los mecanismos corporales que se activan automáticamente, sin que nosotros lo procesemos lógicamente. Es todavía un mecanismo de defensa más, una especie de instinto de supervivencia.
Vox asegura que aunque este sea un primer paso y apenas sienta bases para comprender el fenómeno cerebral y comportamiento humano, resulta intrigante que aparezca nueva evidencia de que muchas veces confundimos los embates ideológicos como insultos personales.
En general, eso sugiere que, para cambiar una mentalidad y creencias demasiado cimentadas, es imperativo separar las opiniones de las identidades. En el caso de los temas políticos, este ha sido, históricamente, uno de los más grandes retos por resolver.
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