En el mundo del deporte, no todos compiten para ganar.
A los boxeadores duchos en el arte de perder se les denomina en inglés journeymen, un término que proviene del sistema gremial y que hace referencia a aquellos que se quedan a medio camino entre aprendiz y maestro.
Son obreros, sin sueños de triunfo. Combaten para poder llevar un pan a casa.
Uno de ellos es el inglés Peter Buckley que se retiró en 2008 con un palmarés nada envidiable.
Había perdido 256 de los 300 combates en que luchó. En toda su carrera acumuló 32 victorias, pero él cree que ganó muchas más veces.
La realidad es muy distinta a las películas. Aquí los promotores no visten sombrero y gabardina ni lanzan amenazas en vestuarios apenas iluminados.
"Tuve managers que me decían: 'Esta noche no te muevas mucho. Ese chico ha conseguido vender muchas entradas'", dice Buckley.
La mayoría de los boxeadores que consiguen llenar estadios son las "promesas", jóvenes campeones amateurs que han competido en los Juegos Olímipicos y otros grandes eventos.
Otros que atraen a muchos espectadores simplemente tienen muchos amigos. El único amigo que tienen los journeymen son ellos mismos.
"Si luchaba contra un chico que había permanecido invicto durante diez combates y de repente estaba teniendo una mala noche, el árbitro a veces pensaba, 'este chico no está bien esta noche' y aún así le daba la victoria a los puntos", dice Buckley.
"La gente solía decirme: '¿Por qué dejaste que hicieran eso?', pero yo tenía mucho respeto por los árbitros, ellos estaban haciendo su trabajo", añade.
Negocio
El londinense John Greeves colgó los guantes en septiembre tras ganar su combate número 100. Había perdido 96 de los 99 previas peleas, pero para él, el boxeo siempre fue un negocio.
"Los promotores sobreviven gracias a los boxeadores que consiguen vender muchas entradas", dice Greaves. "Los árbitros saben eso, los jueces también, los entrenadores, los managers y los boxeadores lo saben", dice Greeves.
"Así que si (al final de un combate) la decisión sobre quién ganó queda muy ajustada, no van a darte la victoria a los puntos".
"Intenta vencerle a uno de estos chicos emergentes, no sigas el guion, y el teléfono no va a sonar la semana que viene", agrega. "Estropea los planes de la gente que hace dinero con esto y no vas a conseguir trabajo".
Perder bien implica conocer todos los trucos. Un espectador ignorante puede pensar que está viendo a un pobre vagabundo encaminándose a perder una vez más, pero quienes entienden de esto verán a un artesano que transmite sus habilidades a un aprendiz.
"Los chicos están empezando y todos aprenden algo de mí", dice Greaves.
Greaves admite que en sus inicios soñó con ganar títulos. Solo cuando se hizo profesional empezó a considerar ser un perdedor.
"Soy realista y para mí esto siempre ha sido una cuestión de dinero", explica.
El secretario general de la Comisión de Control del Boxeo Británico niega indignado que exista corrupción en el deporte.
"Dime el nombre de algún boxeador que haya perdido a los puntos y que no piense que ha sido robado", dice. "Los árbitros y jueces británicos están entre los mejores del mundo".
También niega cualquier falta de pureza el promotor de combates Neil Bowers.
"El boxeo no es corrupto. Cuando estás en el rincón del visitante, tienes que ganar de manera convincente. Los árbitros y jueces son humanos y están influenciados por el ruido del público, que es por lo que el luchador que juega en casa casi siempre vence las peleas a los puntos".
Nómadas
La vida de un journeyman puede evocar una existencia melancólica. Tantas derrotas deben dejar huellas en el alma.
Pero en Reino Unido, por un combate pueden ganar £1000 (US$1.600), quizás más si el oponente es una promesa del máximo nivel.
Pueden llegar a tener una vida cómoda si combinan el boxeo con otro trabajo.
Y sin estos hombres duros dispuestos a empacar los guantes y viajar a cualquier lugar no habría boxeo.
"Estando sentado en casa he recibido llamadas de promotores desde Irlanda", dice Buckley, quien es apodado 'El profesor'. "He manejado directamente al aeropuerto, reservado un vuelo, volado, combatido y a la mañana siguiente estaba de vuelta".
"Ha habido bastantes veces en que he estado fuera de fiesta la noche previa pero gracias a mi físico he podido resistir".
Dice que una promesa puede combatir unas seis veces al año. Los que están en la cumbre, solo dos o tres, con dos meses de preparación para cada combate. Él, sin embargo, siempre tiene que estar preparado.
"Cada mañana me levantaba y mi ropa deportiva estaba ya estaba lista en el borde de mi cama y mi mochila preparada, por si acaso. Esa fue mi rutina durante 18 años".
Una vez, al recién retirado Greaves le avisaron para una pelea con tan solo 50 minutos de antelación.
"Perdí a los puntos. Fue una noche de trabajo fácil", dice.
Después de su última pelea, Greaves lloró sin parar. En parte porque había ganado, pero principalmente porque ya no tendría que perder más.
"Ganar no me habría servido para pagar mis facturas por mucho tiempo y es mejor perder e irse para casa sabiendo que el recibo de la luz y el gas han sido pagados", dice Greaves, que además de tener que criar a su hijo, combinó el boxeo con un trabajo como pintor y decorador, así como entrenador de jóvenes luchadores junto con su hermano .
A Laight, otro experto perdedor de 34 años, aún le queda cuerda para rato.
"Mientras siga superando mis escáneres cerebrales, seguiré en el negocio", dice.
"Todavía me gusta estar en el cuadrilatero. Me siento mejor ahí dentro. Pero también se trata de usar el deporte al igual que el deporte te usa a ti".
Fuente: BBC
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